Centaurea hyssopifolia

Centaurea hyssopifolia Vahl, 1790

30-Junio-2012.
Europa, España, Madrid, Rivas-Vaciamadrid, en una pradera de terófitas sobre suelo yesoso-salino.
Leg: Isidro Martínez. Det: Carlos Galán Boluda.


Dominio: Eukaryota.
Reino: Plantae.
Filum: Spermatophyta.
Clase: Magnoliopsida.
Orden: Asterales.
Familia: Asteraceae.
Subfamilia: Carduoideae.
Género: Centaurea.
Especie: Centaurea hyssopifolia.

Esta especie forma matorrales redondeados, compactos y tomentosos, de hasta treinta centímetros de altura. Sus abundantes tallos que tienden a erectos, de hasta cuarenta y cinco centímetros de longitud, nacen de la base de la planta y portan hojas de lanceoladas a lineares, de dos a tres centímetros de longitud y medio centímetro de anchura, sésiles, de margen entero, mucronadas y cubiertas de una pulverulencia blanquecina que da a toda la planta un aspecto grisáceo y polvoriento. Sus cabezuelas florales se agrupan en corimbos. Cada cabezuela consiste en un involucro entre ovalado y cilíndrico, de unos dieciséis milímetros de longitud y de seis a ocho milímetros de diámetro. Las brácteas del involucro son tomentosas, surcadas por venas paralelas, y prolongadas en puntas recurvadas marrones ampliamente orladas de largos cilios levemente retorcidos del mismo color, que dan a todo el involucro un aspecto plumoso. Las flores del capítulo son rosas, las más externas estériles, zigomorfas, con un pétalo grande dividido en tres largas lacinias, las internas fértiles, actinomorfas, de color más claro que las externas, y que se abren en cinco pétalos alargados y puntiagudos dejando salir los estambres pelosos con anteras rosas. Florece de mayo a julio. Las cabezuelas ya marchitas y secas persisten en la planta. El fruto es un aquenio de unos cuatro milímetros de longitud, amarillo al principio y más oscuro al madurar, recorrido por entre dos y siete costillas longitudinales y que termina en un vilano doble de cerdas cortas y rígidas.

Es un endemismo del centro de la Península Ibérica, encontrándose tan sólo en en las zonas yesíferas de La Alcarria y La Sagra, divididas entre Madrid, Guadalajara, Cuenca y Toledo. Habita exclusivamente en estepas yesosas en exposición soleada, y está adaptada a las condiciones climáticas áridas mediante su porte compacto, sus hojas reducidas, coriáceas y de borde recurvado para ayudar a evitar la evaporación, y la fina pulverulencia grisácea que cubre sus tallos.

MÁS INFORMACIÓN SOBRE LA ESPECIE EN: http://taxateca.com/ordenasterales.html

Al final la zona que visitamos en Rivas ha resultado ser rica en especies endémicas ibéricas o incluso de menor distribución, y eso que era un descampado que ante los ojos de cualquier persona no sirve para nada más que para verter alli la basura. Una lástima que la gente no conozca que los descampados pueden ser más ricos y más interesantes que los monótonos bosques de pinos que tanto gustan.

La conocida falacia del mono arborícola de Melic... ya se sabe que para la inmensa mayor parte de la sociedad la naturaleza consiste en césped, jardines, huertas, animales de compañía y de granja. La tierra se divide en dos: las zonas de aspecto rico, verde y lozano, que se destruyen para cultivar o edificar, y las zonas de aspecto desagradable, que se destruyen porque no deberían existir en este mundo. Así funcionamos en pleno segundo milenio.

En Madrid están esas estepas, que sin duda no reciben figura de protección alguna, y en Aragón, bastante similares, los Monegros, por los que tanto han luchado mucha gente con voz pero sin voto, y de los que queda muy muy poco... hasta supuestos amantes de la naturaleza sorprenden con frases de que "allí no hay nada", cuando según los registros de especies que se hicieron durante su estudio en los 90, resultó que los Monegros, reliquia del terciario aislada de las glaciaciones, eran la zona más rica en vida de toda Europa. Pero claro, como sus habitantes no son leones, elefantes y rinocerontes (que también los hubo por allí hasta que nos los cargamos a todos allá por el pleistoceno), ni siquiera lobos o linces ibéricos (que también pululaban ambos por los Monegros hasta que los últimos fueron asesinados nada menos que en los años 70) pues no merecen la pena conservarlos.